En la década de los noventa, uno de los dibujitos animados más vistos por los chicos eran “Los supersónicos”, que por el contrario de “Los picapiedras” de la edad media, vivían en el futuro. Estos personajes, lo hacían todo por videollamada: clases de gimnasia, visitas médicas, reuniones de trabajo. Lo gracioso de este programa, era lo “imposible” que parecía esta situación, era ciencia ficción sobre un futuro muy muy lejano.
Sin darnos cuenta, llegamos a ese futuro. Hoy en día, un poco por el avance de los desarrollos tecnológicos y otro poco por el “empujón” del coronavirus, toda esa ciencia ficción se convirtió en nuestra realidad cotidiana y “las pantallas” median, entre nosotros y el resto del mundo.
Frente a esto, es imposible no hacernos preguntas. ¿Cómo afecta esto en nuestra vida cotidiana? ¿En el mundo organizacional y laboral? ¿Y en los vínculos y en la subjetividad de cada persona? Pareciera que estamos en un momento paradigmático, entre un mundo y otro, que muchos expertos aseguran que será completamente distinto. ¿Se pueden conjugar o “una realidad” va a terminar imponiéndose sobre la otra?
Son muchas preguntas para intentar responder y, lógicamente, frente a algo tan paradójico, hay respuestas de todo tipo. Están quienes postulan que debemos aceptar que lo virtual llegó para quedarse y todo nuestro futuro va estar atravesado por una pantalla y quienes piensan que es una herramienta, pero que la realidad es lo que sucede en el “cara a cara”, en el contacto humano.
La respuesta, como sucede generalmente con las más diversas cuestiones, estará en encontrar un equilibrio. Lo virtual como nueva alternativa otorga muchas herramientas útiles desde lo laboral, educativo y personal. La cuarentena sirvió para demostrar que el Home Office y las videollamadas pueden ser un recurso valioso para el mundo organizacional. También, quedo probado que la mayoría de los “encuentros”, se pueden hacer de manera remota: cumpleaños, terapias, clases de gimnasia, consultas médicas, carreras universitarias, incluso hasta sesiones de diputados.
Esto permite, en algunos casos, ahorrar mucho tiempo y dinero. Pero, sin lugar a dudas, hay algo de lo humano, de lo real, de los vínculos y del contacto, que el mundo “virtualizado” no logra reemplazar y que hoy nos está enfrentando con angustias, miedos, ansiedades y niveles y tipos de cansancio que no conocíamos.
Según Descartes, somos sujetos porque tenemos conciencia de nuestras acciones y experiencias; éste es un rasgo característico de la especie humana. Pero, ¿hasta qué punto tenemos conciencia de nuestras experiencias en este mundo “virtualizado” y qué tan “reales” son esas vivencias? Internet nos ofrece constantemente un sinfín de estímulos y nos permite ver el mundo pero a través de un “filtro”. Por un lado, está la invitación constante a consumir: no hace falta que digamos una palabra, para que nos llegué el bombardeo de ofertas para comprar algo relacionado. El “ser” se empieza a confundir con el “tener”, todo tiene un precio y está disponible con un solo clic. Por el otro, nos aturde con ideales de perfección que muchas veces generan frustración. Todos en las pantallas muestran la parte “sin fallas” de sus vidas: viajes, felicidad, lujos, risas, agradecimientos y millones de mensajes como “soltar” y “dejar ir”. No queda lugar para el lado B, para el enojo, la angustia, la tristeza y la realidad sin maquillaje.
Las pantallas pueden generar muchas libertades, pero por otro lado nos mantienen “siempre conectados” y en alerta. Los trabajos previos a la “revolución de Internet”, tenían horarios y límites fijos. La libertad del teletrabajo y de manejar los tiempos propios es muy valiosa, pero tiene también su costo. Hoy los mensajes, llamados y mails de trabajo pueden llegar en cualquier momento: noches, fines de semana, vacaciones, etc. Esto, sin dudas tiene efectos en nuestra vida familiar y en nuestra forma de descansar. Una parte nuestra se mantiene siempre “en línea” y tenemos grandes dificultades para desconectarnos.
Se promueve el multitasking y el bombardeo de estímulos distintos a una velocidad vertiginosa, pero nuestro cerebro todavía no generó los cambios evolutivos para adaptarse a esta nueva forma de procesamiento. El “estrés” y el “Burn out”, se convirtieron en las grandes patologías del siglo XXI. Tanto los sujetos como las organizaciones, van a tener que trabajar profundamente para poder equilibrar la diferenciación entre “el mundo del trabajo” y “la vida personal”.
Sin ánimos de desalentar la explosión del mundo virtual, es momento de reflexionar sus alcances y limitaciones para poder utilizarlo y pensarlo como una herramienta útil con muchas ventajas, sin permitir quedar alienados a esa realidad perdiendo “la otra”. Hoy, más que nunca, la cuarentena nos recuerda el valor de un abrazo, de una caricia, de sentirse libre ante la inmensidad de la naturaleza y de la espontaneidad propia de los encuentros “en vivo” entre familiares, amigos y colegas que, por más que no paren de intentar imitarlo, ninguna plataforma logró igualar.
Creemos que lo virtual no es una nueva realidad completa, es una ficción, un recorte del mundo y puede ser utilizado como una herramienta tecnológica, para potenciar y facilitar nuestra vida, sin perder el foco en que la humanidad, con toda su complejidad, no es virtualizable.