
Introducción
El ingreso de la siguiente generación a la empresa familiar representa uno de los momentos más desafiantes y decisivos en la vida de este tipo de organizaciones. No se trata únicamente de sumar nuevos integrantes al equipo de trabajo, sino de gestionar una transición simbólica, estratégica y emocional que pone en juego tanto la continuidad del negocio como la cohesión del sistema familiar.
Este proceso implica una tensión constante entre lo afectivo y lo profesional, entre el deseo de continuidad y la necesidad de transformación. Lejos de ser un evento aislado o espontáneo, el ingreso generacional requiere planificación, estructura y acompañamiento.
El modo en que este proceso se gestiona puede consolidar un proyecto de largo plazo o, por el contrario, abrir grietas difíciles de reparar.
En el transcurso del proceso, surgieron nuevas tensiones —entre ellas, la propuesta de incorporar a la pareja de uno de los hijos— que pusieron en evidencia pactos silenciosos y desafíos vinculares.
Su abordaje permitió profundizar el trabajo y fortalecer la madurez institucional del sistema.
El presente ensayo propone reflexionar sobre los factores clave para que este tránsito sea exitoso, a partir de un caso aplicado en una empresa familiar cliente donde se diseñó e implementó un plan de incorporación progresiva para la siguiente generación.
Ingreso generacional: un proceso, no un evento
A lo largo del tiempo, distintas investigaciones sobre empresas familiares han coincidido en que los momentos de traspaso generacional suelen ser los más vulnerables para la continuidad del proyecto. La incorporación de hijos e hijas al negocio familiar no solo plantea interrogantes en torno a la sucesión del liderazgo, sino que activa una compleja dinámica de roles, expectativas y tensiones entre los tres subsistemas que conviven: la familia, la propiedad y la empresa.
Autores como Kelin Gersick e Ivan Lansberg han aportado modelos valiosos para comprender cómo la evolución de estos tres planos —la familia, la empresa y la propiedad— se desarrollan en paralelo, generando desafíos específicos en cada etapa del ciclo de vida familiar-empresarial.
En América Latina, la experiencia acumulada por asesores y consultores ha puesto de relieve la necesidad de localizar y contextualizar estos modelos. Los vínculos familiares tienden a ser más estrechos y afectivamente cargados, por lo que la profesionalización no puede limitarse a la técnica: exige sensibilidad, escucha y trabajo sobre las emociones y las implicaciones personales.
En este marco, el ingreso de la siguiente generación aparece como un punto crítico que requiere herramientas de planificación y gestión, pero también de análisis y acompañamiento subjetivo.
El caso: acompañar una decisión inesperada
En la empresa Cliente, de gestión familiar y amplia trayectoria en su sector, el ingreso de la tercera generación no fue planificado por quien hoy dirige la organización —Juan Salonia—, sino propuesto por sus descendientes.
Salonia, perteneciente a la segunda generación, había asumido la conducción de la empresa tras el retiro de su padre, el fundador. Su propio ingreso, muchos años atrás, había estado marcado por la urgencia y por decisiones tomadas sin espacio para la elección personal. Años después, al escuchar el deseo de sus hijos de incorporarse al negocio, comprendió que tenía ante sí la oportunidad de hacer las cosas de otro modo: no repetir el mandato recibido, sino habilitar un proceso consciente, estructurado y dialogado.
Con acompañamiento consultivo, se diseñó un plan de incorporación progresiva de sus hijos a la empresa: definición de roles según sus habilidades y competencias, esquema de rotación por áreas para conocimiento integral de la organización, instancias de evaluación y acuerdos contractuales equivalentes a los de otros profesionales. El objetivo era construir un marco que equilibrara la legitimidad del ingreso con la necesaria diferenciación entre lazos familiares y vínculos laborales.
Durante los primeros meses, el proceso avanzó de forma ordenada, aunque no exento de tensiones. La presencia simultánea de los dos hijos generó comparaciones, dudas sobre la distribución de responsabilidades y cierta ansiedad en el propio Salonia, que oscilaba entre el orgullo y la preocupación por mantener el equilibrio entre ellos.
En ese contexto, surgió un nuevo elemento: uno de los hijos planteó la posibilidad de incorporar a su pareja, también profesional, para integrarse a la empresa. Si bien la propuesta respondía a una necesidad real en un área operativa, reactivó temores históricos sobre la mezcla entre la familia y la organización.
Esa conversación permitió que emergiera un pacto denegativo que había operado silenciosamente durante años: “no incorporar familiares políticos para no complicar los vínculos”. Este acuerdo tácito había funcionado como sostén de la armonía, pero también como barrera frente al crecimiento y la deliberación.
El trabajo consultivo permitió analizar el pedido en profundidad, diferenciar las motivaciones personales de las organizacionales y revisar los criterios de equidad. A partir de ese análisis, se concluyó que —ante la ausencia de un protocolo familiar que regulara la participación ampliada— no era conveniente realizar la incorporación en esa etapa.
La decisión, lejos de cerrar el diálogo, se transformó en una oportunidad de aprendizaje: reafirmó el foco del proceso en la integración de los hijos y abrió la reflexión sobre la necesidad de establecer reglas formales de gobernanza familiar que orienten futuras decisiones.
Aprendizajes, tensiones y el rol del acompañamiento
El caso de aplicación permite observar con claridad muchas de las tensiones propias del ingreso generacional a la empresa familiar, especialmente cuando la iniciativa proviene de la generación siguiente. Este punto de partida modifica sustancialmente el enfoque: ya no se trata de preparar a un heredero para una continuidad previamente definida, sino de escuchar y acompañar una vocación emergente, sin imponer trayectorias ni replicar esquemas del pasado.
Una de las tensiones más evidentes se produce en la figura del actual director. En este caso, Juan Salonia debió revisar sus propios modelos internos de traspaso, marcados por una experiencia temprana y condicionada. La irrupción inesperada del deseo de sus hijos lo colocó en un lugar nuevo: ya no como transmisor de un legado, sino como facilitador de un proceso que él mismo debía aprender a habitar. La lucidez de Salonia consistió en reconocer que su rol no era repetir su historia, sino permitir que sus hijos construyeran la suya.
Desde la práctica de acompañamiento, emerge también una convicción importante: los hijos no necesariamente deben “empezar desde abajo”, sino hacerlo desde un rol claro, con responsabilidades acordes a sus capacidades y experiencia. Lo esencial no es que pasen por todos los niveles jerárquicos “por mandato”, sino que puedan aportar valor, construir identidad y legitimarse por su aporte real. Desde ese lugar, pueden ir desarrollando su propio camino profesional, aprendiendo de la convivencia intergeneracional y formando parte de un proceso virtuoso de creación de valor.
La incorporación de los hijos, sin embargo, no necesariamente implica en una primera instancia la formación o preparación de ellos (o alguno de ellos) para suceder al actual director. Se trata de un proceso abierto, en el que los hijos —jóvenes aún, en pleno desarrollo profesional y también atravesando etapas personales de búsqueda de desarrollo profesional, de construcción familiar y proyectos de vida— comienzan a transitar un espacio de exploración dentro de la empresa. En este sentido, uno de los aprendizajes más valiosos del proceso fue justamente trabajar sobre la aceptación: aceptar que este ingreso no garantiza ni asegura que el actual director tenga ya a su “sucesor”; sino que será el tiempo, la madurez profesional y la propia elección de cada uno lo que definirá si desean continuar vinculados laboralmente con la empresa familiar, si en algún momento se sienten convocados a liderarla o, por el contrario, si prefieren contribuir desde otros espacios o caminos.
Asimismo, el proceso contempla la posibilidad de que en el futuro el grupo familiar evalúe alternativas distintas al traspaso generacional directo, como la profesionalización plena de la gestión a través de terceros o incluso la eventual venta o reconversión del negocio.
Todas estas son conversaciones que forman parte del acompañamiento: espacios de diálogo y reflexión donde lo importante no es anticipar decisiones, sino construir la madurez necesaria para tomarlas en su debido momento, con apertura, respeto y conciencia del impacto que cada camino puede implicar para la familia y para la empresa.
Desde la práctica de acompañamiento, emerge también una convicción importante: los hijos no necesariamente deben “empezar desde abajo”, sino hacerlo desde un rol claro, con responsabilidades acordes a sus capacidades y experiencia. Lo esencial no es que pasen por todos los niveles jerárquicos “por mandato”, sino que puedan aportar valor, construir identidad y legitimarse por su aporte real. Desde ese lugar, pueden ir desarrollando su propio camino profesional, aprendiendo de la convivencia intergeneracional y formando parte de un proceso virtuoso de creación de valor.
La incorporación de los hijos, sin embargo, no necesariamente implica en una primera instancia la formación o preparación de ellos (o alguno de ellos) para suceder al actual director. Se trata de un proceso abierto, en el que los hijos —jóvenes aún, en pleno desarrollo profesional y también atravesando etapas personales de búsqueda de desarrollo profesional, de construcción familiar y proyectos de vida— comienzan a transitar un espacio de exploración dentro de la empresa. En este sentido, uno de los aprendizajes más valiosos del proceso fue justamente trabajar sobre la aceptación: aceptar que este ingreso no garantiza ni asegura que el actual director tenga ya a su “sucesor”; sino que será el tiempo, la madurez profesional y la propia elección de cada uno lo que definirá si desean continuar vinculados laboralmente con la empresa familiar, si en algún momento se sienten convocados a liderarla o, por el contrario, si prefieren contribuir desde otros espacios o caminos.
Asimismo, el proceso contempla la posibilidad de que en el futuro el grupo familiar evalúe alternativas distintas al traspaso generacional directo, como la profesionalización plena de la gestión a través de terceros o incluso la eventual venta o reconversión del negocio.
Todas estas son conversaciones que forman parte del acompañamiento: espacios de diálogo y reflexión donde lo importante no es anticipar decisiones, sino construir la madurez necesaria para tomarlas en su debido momento, con apertura, respeto y conciencia del impacto que cada camino puede implicar para la familia y para la empresa.
Ahora bien, todo esto no implica que el camino sea un tránsito sin conflictos. En estos procesos —como en toda convivencia intergeneracional— emergen diferencias, tensiones y conflictos no solo derivados del negocio o de las decisiones de gestión, sino también de la historia vincular y emocional del sistema familiar así como de las decisiones que el propio proceso estimule a tomar a cada uno de los involucrados. Ignorar esta dimensión es desconocer la complejidad constitutiva de las empresas familiares.
En este sentido, el hallazgo del pacto denegativo permitió visibilizar un modo de funcionamiento que, si bien buscaba preservar la armonía, limitaba la capacidad de diálogo y de apertura del sistema. Transformarlo en tema de análisis fue un paso significativo dentro del proceso, pero el verdadero logro estuvo en reconfigurar el vínculo entre generaciones, habilitando nuevas conversaciones y consolidando un aprendizaje compartido.
El rol del acompañamiento consultivo no se limita, por tanto, a estructurar procesos o diseñar protocolos, sino que también debe dar lugar a las dimensiones más profundas: ayudar a que lo no dicho pueda expresarse, a que los conflictos se tramiten y a que las diferencias se reconozcan sin amenazar los lazos.
En definitiva, acompañar el ingreso generacional no es solo una tarea organizacional, sino —y sobre todo— una intervención en el terreno de lo humano, donde el método y la escucha se articulan para cuidar la continuidad del proyecto y la salud del vínculo familiar que lo sostiene.
Esteban Guidobaldi
Director, SILS Consultores